viernes, 11 de junio de 2010

Una nueva llamada de emergencia

Este texto lo escribió Rubén Arvizu, hombre preocupado por la ecología del planeta y promotor de la vigente obra del oceanógrafo Jacques Yves Cousteau:

Una nueva llamada de emergencia

Rubén Arvizu*

El derrame de petróleo crudo en el Golfo de México causado por la plataforma de la BP (British Petroleum) se considera ya como el riesgo ambiental más grave al que se haya enfrentado nunca Estados Unidos y tal vez el mundo. Las consecuencias del continuo flujo del hidrocarburo desde el fondo del mar son incalculables.
Jean-Michel Cousteau, presidente de Ocean Futures Society, junto con su padre, el legendario capitán Jacques Cousteau, ha contribuido enormemente al conocimiento de los océanos y cuerpos de agua de nuestro mundo. Por cierto, el 10 de junio es el 100 aniversario del nacimiento de este campeón defensor de los mares.
Hace unos días, Jean-Michel acompañado por un grupo de dedicados científicos de su organización se desplazó al sitio del accidente. Ahí están trabajando en forma voluntaria tratando de colaborar para encontrar soluciones.
Jean-Michel ha declarado lo siguiente: “He sido testigo de sucesos como el desastre del derrame de los buque-tanques Exxon Valdez en Alaska y Prestige en España, pero nada de eso se compara con la magnitud de lo que estamos viviendo. Debemos encontrar respuestas inmediatas y a la vez evitar que situaciones como estas se repitan. Estas contaminaciones de los mares del planeta son una amenaza directa para la vida en general”.

Viendo los intentos desesperados y fallidos por sellar el pozo de petróleo, nos enfrentamos a una agónica pregunta.
¿Qué daños se han ocasionado ya al ecosistema marino y las zonas costeras tan ricas en su diversidad animal y vegetal? En el Golfo de México se extiende una de las más grandes barreras de arrecife del mundo , el Arrecife Mesoamericano, tan sólo superado por la Gran Barrera de Arrecife de Australia. Es por demás conocida la enorme fragilidad de estos increíbles eco-sistemas ante las contaminaciones. Los humedales de los Estados de Lousiana y la Florida, hábitat de cientos de miles de aves, está en grave peligro.
Hace 21 años, cuando el buque-tanque de la Exxon encalló en el arrecife del estrecho de Prince William, el barco derramó 11 millones de galones de crudo los cuales contaminaron playas, rocas, aves, animales marinos y plantas. La impotencia del ser humano se vio reflejada cuando los trabajos de limpieza fueron efectuados por más de 12 mil personas usando palas y toallas de papel.

Las consecuencias del impacto ecológico aún se siguen sintiendo en lo que fue un sitio prístino que ha cambiado negativamente para siempre. Para hacer una comparación, se estima que cada cuatro días las aguas del Golfo de México reciben el equivalente a un cargamento entero del Exxon Valdez.
Algunos comentaristas, rayando en el cinismo, han dicho que este es un ‘fenómeno’ natural y que el mar se encargará de arreglarlo por sí mismo. Nada es más lejano a la verdad. El petróleo crudo es el resultado de la mezcla heterogénea de compuestos orgánicos de origen fósil, principalmente hidrocarburos, depositados hace millones de años en los distintos sedimentos terrestres. Los hidrocarburos son insolubles y por lo tanto no se mezclan con el agua del mar. Las marejadas negras llegan sin cambios a las playas, esteros y humedales de las costas, destruyendo a su paso toda la vida animal y vegetal.
Este derrame, es mucho más intenso que los de los buque-petroleros y se localiza a enormes profundidades – más de un kilómetro y medio- y mide ya miles de metros de espesor bajo el agua. No hay forma de predecir qué ocurrirá, y mucho menos si el crudo sigue fluyendo durante meses y tal vez durante años, hasta que se agote el manto submarino.
No perdamos de vista un axioma fundamental. La contaminación no conoce fronteras ni necesita pasaporte para alcanzar los sitios más lejanos del planeta. Las corrientes submarinas y la actual temporada ciclónica, llevarán sin duda alguna millones de galones de este crudo a sitios como el Ártico y la Antártida. En otras palabras, no nos sintamos ‘seguros’ sólo porque no vivamos cerca del sitio de este desastre.
¿Qué lecciones deberíamos aprender de algo que se ha repetido sin cesar desde hace ya más de dos décadas? Sabiendo que el mundo es impredecible significa que nuestras tecnologías deben diseñarse con mayores márgenes de seguridad y efectuar con toda honestidad las revisiones periódicas necesarias tanto a equipos como personal. Tal parece que este no fue el caso de la plataforma de BP. Debemos anticiparnos a lo peor, planear para prevenir y aún así, tener otro plan en el caso de que fallen las prevenciones. Ser sorprendidos constantemente por las catástrofes sólo indica que la arrogancia domina más nuestros actos que el sentido común.
Jean-Michel Cousteau ha dicho a este respecto: “Algo muy triste de la especie humana es que hablamos mucho pero actuamos muy poco hasta que tenemos un nuevo desastre en nuestras manos”
Ya no podemos cambiar lo que ha ocurrido, pero debemos aprender de esto. Hay que enfocar en forma completamente diferente la forma como actuamos, como explotamos los recursos naturales de nuestro mundo tratando de depender siempre de las tecnologías. Hay que desarrollar una nueva filosofía para el uso apropiado de ellas y nuestra relación con la naturaleza, de la cual solo formamos parte. Hay que aceptar el hecho de que la naturaleza es mucho más compleja de lo que creemos entender, y que la tecnología es mucho más limitada de lo que queremos creer.
Evitemos que esta sea la huella que dejemos a las generaciones futuras.

*Rubén Arvizu es Consejero Principal de Comunicaciones para América Latina de Ocean Futures Society y Director para América Latina de la Nuclear Age Peace Foundation
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