lunes, 14 de marzo de 2005

Las distracciones de siempre

Artículo publicado por Florence Toussaint en la revista Proceso el 13 de marzo del 2005.

El privilegio de mandar

A partir de enero de este año, los programas informativos y políticos se multiplican. Más títulos y horas dedicadas a la agenda pública desdoblan su interés en captar al mayor número posible de televidentes.

Tradicionalmente, los noticiarios alcanzan a grupos minoritarios; la gente que se ocupa de los sucesos cotidianos, llamados noticias, resulta escasa. Por ello se añaden a estos programas deportes, espectáculo y conductores que son, en sí mismos, un show. Sin embargo, las películas mexicanas, las telenovelas y ahora los reality se llevan la tajada grande del público. Quizás esa es la razón de que la política, ahora que las precampañas han comenzado y que el clima es álgido, que la nota la dan los pleitos y las declaraciones enconadas entre la Presidencia y la Jefatura de Gobierno del DF, se aposente en géneros que son de entretenimiento.

Tal es el caso de El privilegio de mandar, transmitido por Canal 2 todos los lunes a las 22 horas.

La serie está estructurada de manera parecida a El chavo del ocho. El escenario es más amplio, no se trata de la vecindad, sino de un pueblo, y dentro de éste, una colonia. Los personajes constituyen la parodia de los más destacados sujetos de la política mexicana actual. Todos son fácilmente identificables, ya que los actores los caracterizan de manera tal que sea imposible confundirse:

Los protagónicos son el presidente Vicente Fox, su esposa, el jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador y su jefe de logística, así como el secretario de Gobernación y el senador Diego Fernández de Cevallos. Aparecen también diputados, gobernadores, presidentes de partido y, en representación del pueblo, un Cantinflas que sí está desdibujado.

La idea se desprendió de una sección del programa La parodia en vivo. Tuvo éxito y por tanto se alargó a media hora y se independizó de su generador. Se dice que el programa alcanza ya los 24 puntos de rating, que es más o menos lo que una telenovela muy vista llega a marcar en esta limitada escala de medición. Está por encima de los noticiarios, que si acaso consiguen 14 puntos en su mejor momento. El programa tiene todas las ventajas para lograr una audiencia enorme: se transmite por un canal de cobertura nacional y lo hace en un horario estelar. Y en la barra de entretenimiento, la misma en la cual se colocan los relatos cómicos de la televisora, justo antes del noticiario.

Hay pocos antecedentes de este tipo de programas en la televisión mexicana: Tienda y trastienda en Canal 13, cuando era Imevisión, o Los peluches, también ahí, ya de Azteca. Presentar a la clase política con sus cualidades y defectos personales constituye una innovación, ya que ni eso se permitía la cerrada pantalla casera mexicana. De cualquier manera, hay que preguntarse: ¿Se trata de un nuevo ejercicio de la libertad de expresión o es simplemente otra forma de manipular al público, de orientar sus inquietudes hacia temas que no sean riesgosos?

El privilegio de mandar resulta simpático, hace reír, juega con las características de la clase política del país, con su forma de hablar, con el discurso y el comportamiento, desaseado y equívoco, de la mayoría. Los receptores agradecen que se burlen un poco, hagan mofa aunque sea de nimiedades, pues lo cierto es que el disgusto con el gobierno federal, la desilusión, son asuntos de todos los días entre la población.

Pero sólo eso.

La parodia pone en juego muy poco. Los problemas de fondo no se tocan, tampoco las razones que dan lugar a las actitudes. Provoca la risa, evita la reflexión. La crítica que pudiera ampliar el horizonte de conocimiento está puesta a un lado. Se toca la superficie. Y así se cumple una necesidad, tanto del público como de la empresa que justifica su concesión y pasa sutilmente su mensaje político. Consolida su influencia y su poder, en todos los terrenos de lo social.
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