Marcos escribe, escribe... escribe...
Como rock-star, con el traje típico zapatista, o mejor dicho, el atuendo típico de Marcos: ropa militar, botas. pasamontañas ligero, boina raída, dos relojes, audífono, pipa, libreta y un par de bolígrafos, el subcomandante insurgente que divide opiniones, llegó, tarde pero llegó, en sentido contrario en plena avenida 3 y acaparando la atención de unas 300 personas, entre simpatizantes y medios de comunicación.
Hay una distancia enorme entre aquel guerrillero que daba a conocer los 10 puntos que anexaba a la declaración de guerra al Ejército Mexicano y el Marcos del 2006, no trae fusíl, no trae caballo, no trae pistola, sólo trae camionetas, un discurso y la intención de hacer notas a la mitad de un salón parecido a un castillo medieval.
Pasadas las 10, el Delegado Cero baja unas escaleras entre flashes, recorre una valla de jóvenes simpatizantes un partido "no electoral", camina hacia una mesita y se prepara para escuchar delegados, se le da una bienvenida prolongada y finalmente comienzan las quejas, las protestas, los llamados a la lucha, las arengas comunistas y en un descuido, el salón alquilado se parece a un mitin en los mejores tiempos del PRI, con vivas al partido y un eco que dice "la lucha sigue".
Marcos escribe.
La gente viene desde Amatlán, Fortín, Zongolica, Coscomatepec... de toda la región y protesta por el sonido, lo hace con un anciano, con un joven, con una señora, y cuando el sonido mejora, la audiencia reclama al mal orador.
El subcomandante Marcos es casi una figura de cera, no se mueve, no mira a los oradores, se rasca donde debe estar su mentón, juega con el bolígrafo, se acaba una carga de tabaco y reenciende la pipa, de estrella de rock ha pasado a ser un discreto escucha que no emite gestos, al menos no se ven en sus ojos que no levantan la mirada y escribe, escribe y escribe hasta, que alto, cambia el bolígrafo y sigue escribiendo.
A su izquierda, tenía que ser así, los jóvenes hablan de faltas de oportunidades, los campesinos de hambre, los ciudadanos de corrupción, se le tira a las autoridades, al himno, a las instituciones, se le tira a la bandera de la oz y el martillo y se le tira al crítico del comunismo, Marcos sólo escribe, no hace otra cosa.
De cerca, las notas del sub no parecen un listado de quejas y observaciones de cada orador, más parecen un relato, una biografía o quizás un comunicado más, puede ser alguna aventura de Durito o quizás otra carta de reclamo a López Obrador, Calderón, Madrazo o Fox.
Cuando el insurgente llena la tercera página del cuaderno, hace un alto y suelta la pluma, toma el micrófono y reinicia el discurso de protesta contra el capitalismo, habla con una voz fuerte, pero suena desgastada por el uso permanente de las mismas palabras, habla con críticas viejas, se queja de los mismos problemas del 94, es un discurso usadísimo, como su gorra, y en ambos casos, aún útil, sirve, habla de los pobres aun existentes, de la falta de educación aún latente, de la marginación a indígenas aún palpable. Habla del mismo México.
Todos ponen atención al orador encapuchado, que está a punto de cumplir 11 años de ser un delincuente "oficial". Un 9 de febrero de 1995 en cadena nacional Ernesto Zedillo anunciaba las órdenes de aprensión contra cuatro zapatistas, entre ellos Marcos, a quien se identificó como Rafael Sebastián Guillén Vicente.
Pero, ahora, Marcos no es aquel delincuente, lo único que roba es atención y cuando calla, vuelve a ser la estrella que siguen los reflectores, camina protegido por otra valla, sube unas escaleras y se dispone a realizar actividades privadas, no se sabe bien qué hará a puertas cerradas, quizás comerá, se aseará, platicará con delegados, fumará o tal vez seguirá escribiendo.
Publicada también en el Diario El Mundo de Córdoba el 4 de marzo del 2006.
Fotos: JC Cortés
viernes, 3 de febrero de 2006
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